¿A quién le gusta mendigar?

MENDIGO

Francisco le dijo a Rikki en Manila: «Yo te voy a hacer una pregunta: Vos y tus amigos van a dar, dan, dan, ayudan, ¿pero vos dejás que te den? Contestate en el corazón»… Y le propuso que se hiciera mendigo de aquellos a los que da. Pero de verdad, ¿a quién le gusta mendigar?

XISKYA VALLADARES / Neupic

19-02-2015 – No sé a vosotros. Pero no creo que halla algo más humillante que suplicar, mendigar, implorar. Imagina que necesitas hablar con alguien, se lo pides, te da largas, le insistes, te vuelve a dar largas… ¿sigues suplicándole o renuncias?  Pues bien, al pobre no le queda más remedio para vivir que mendigar. Es decir, acostumbrarse a una vida muy dura. Me gustaría que hoy intentáramos ver la vida desde esa otra perspectiva porque creo que sobre las cosas más importantes de la existencia, como el amor, tenemos mucho que aprender desde ahí.

Hace poco me regalaron el libro «Mendigos de amor», de Matthieu Dauchez. Trata de su aprendizaje vital desde la «escuela de los niños de Manila».  El padre Matthieu es el director de la fundación Tulay Ng Kabataan en Filipinas, dedicada a atender a los niños de la calle en Manila. Un lugar que el papa visitó por sorpresa en su viaje. Su libro es una reflexión preciosa sobre el perdón y el amor fraguados desde el dolor. Y hago referencia a él porque parte de una consideración pocas veces clara: «el amor requiere ante todo de humildad». Lo he leído con auténtica sorpresa y simpatía, asintiendo una y otra vez en afirmaciones tan políticamente incorrectas que no podrían salir sino de un corazón muy auténtico. Quienes me conocen saben mi ‘debilidad’ por la autenticidad.

¿Qué tiene que ver este libro con esto del amor, la humildad y el ser mendigo? Todo. Y como para mí es muy importante os quiero compartir tres de sus ideas que más han coincidido con mi propia experiencia personal de mendigar.

El amor es intolerante: No es verdad que el amor sea incondicional. Tampoco es cierto que sea tolerante. A mí no me gusta que me digan «te tolero». No me gusta que me quieran por compasión. El padre Matthieu asegura que  el amor desborda de los corazones traicionados de los niños de la calle. Sorprende y no. «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn. 15,13). Eso significa que el amor es muy exigente, no es incondicional, no es tolerante. Exige dar la vida, no tolera la sensiblería pasajera, y eso tiene unas consecuencias reales, concretas.

El perdón es coherencia: Coherencia si creemos en las exigencias del amor hasta el extremo. Y coherencia también si queremos dar lugar a una verdadera sanación. ¿Quién no ha sido herido alguna vez en su corazón? ¿Y acaso cuando te has sentido herido no estás deseando decir «te perdono»? «Estando todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (lc. 15, 20). El perdón es liberación y curación del corazón. La necesidad de sentirnos perdonados podría enseñarnos a ser más prontos en perdonar.

La misericordia es indisociable del odio: Tenemos muy fácil ver el mal. Lo vemos en nosotros mismos y lo vemos en los demás. El mal siempre está ahí. El amor está más allá. Pero en nuestro afán por eliminar el dolor, rompemos las fronteras entre el bien y el mal. Sin embargo, para vivir la misericordia necesitamos odiar el mal, odiar los abusos, odiar el abandono, odiar la falta de amor. Los niños de la calle viven este odio al mal. «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn. 13, 34). Si amas a tu prójimo, odiarás todo mal que se oponga a este amor. Para tener misericordia necesitamos reconocer el mal sufrido. Ese «no pasa nada» en el fondo no perdona, es solo una excusa sin misericordia.

¿Te das cuenta cómo los pobres tienen mucho que enseñarnos? Puede sonarte a una frase hecha. No. Yo también te hablo desde la experiencia. No te digo que ya me haya convertido en su mendiga. Pero te digo que lo poco que he convivido con ellos, lo poco que he hablado con ellos y lo poco que tomo nota de ellos, ya me hacen ver todo lo que pueden enseñarme del auténtico amor forjado desde el dolor. Recordemos al papa Francisco dirigiéndose a Rikki:

«Esto es lo que nos falta: Aprender a mendigar de aquellos a quienes damos. Esto no es fácil de entender. Aprender a mendigar. Aprender a recibir de la humildad de los que ayudamos. Aprender a ser evangelizados por los pobres. Las personas a quienes ayudamos, pobres, enfermos, huérfanos, tienen mucho que darnos. ¿Me hago mendigo y pido también eso? ¿o soy ausuficiente y solamente voy a dar? Vos que vivís dando siempre, crees que no tenés necesidad de nada ¿sabés que sos un pobre tipo? ¿Sabés que tenés mucha pobreza y necesitás que te den? ¿Te dejás evangelizar por los pobres, por los enfermos, por aquellos que ayudas?»

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