09 Jul Cura de humildad

FOTO: XISKYA VALLADARES

Llevo días dándole vueltas y creo que puedo afirmarlo: Twitter o cualquier grupo humano medianamente grande en el que te muevas, se convierte muy rápidamente es una auténtica cura de humildad. Y cuanto más grande sea tu círculo de relaciones, mayor será la dosis que recibas.

En TW escribo con mucha naturalidad todo aquello que me viene a la mente o al corazón acerca de lo que acontece o leo o reflexiono. Sin pensar demasiado en las reacciones o consecuencias. Quizás sea un error, pero si le diera muchas vueltas a cada tuit, acabaría por dejar TW porque sería insoportable.

Sin embargo la naturalidad y/o autenticidad tienen un precio alto: Te corrigen continuamente. A veces con más o menos acierto, otras con más o menos caridad, otras con más o menos empatía. El caso es que siempre hay más de uno que tiene que corregirte o criticarte. No va mal. Pero cuando encima aparece alguno/a sentenciándote ‘ex-cathedra’ (casi siempre desde algún extremo religioso o ideológico), entonces empieza lo que yo llamo «cura de humildad».

Callarte, o agradecer a quien te juzga, se vuelve un ejercicio a veces divertido y cuando menos, interesante. Porque lo natural que te sale es mandarle a freír monas: «¿quién se ha creído que es? ¿desde cuándo vive en mi interior para conocer mis intenciones? ¿acaso es vidente que puede leer mi pensamiento o mi conciencia?» Y es cuando has de recordar las palabras del Maestro: «Sed cautos como serpientes y sencillos como palomas…» (Mt. 10, 16) «No está el discípulo por encima del maestro ni el siervo por encima de su amo» (Mt. 10, 24).

Llega el momento de fiarnos de aquella Palabra: «no os preocupéis por lo que vais a decir; pues no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre quien hablará por vosotros…» (Mt. 10, 19-20) «No les tengáis miedo, que vosotros valéis más que muchos gorriones…» (Mt. 10,31). Quienes te juzgan puede que tengan algo de razón o no, pero son una oportunidad inmensa no para humillarte sino, en el fondo, para hacerte más grande.

Por eso en todo este proceso, no perder tu autenticidad ni la fidelidad a tu conciencia, ya es bastante. Hoy he tuiteado: «Hagas lo q hagas, digas lo q digas, siempre habrá alguien a quién le guste y alguien a quién le moleste. Lo mejor: obedecer a tu conciencia.» Eleanor Roosevelt lo decía así: «Haz lo que tu corazón sienta que es lo correcto; te criticarán de cualquier forma. Te maldecirán si lo haces y te maldecirán si no lo haces.» (Tb me han criticado que cite a esta mujer). En lo más íntimo de cada uno (conciencia) es donde Dios nos habla. La conciencia nunca falla entre personas normales, otra cosa diferente es que no queramos obedecerla.

Por último, corremos el riesgo de caer fácilmente en el mismo error de quien nos critica. Nos convertimos fácilmente en jueces de nuestros jueces y aplicamos sólo a ellos las palabras: «No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.» (Lc. 6, 37). Pero cuando conseguimos aplicárnoslas a nosotros mismos en los momentos más duros, estamos haciendo realidad aquel amor capaz de poner la otra mejilla: «a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra» (Mt. 5, 38-39).

No es fácil. No se consigue con voluntarismo. Necesitamos otra fuerza mayor a la de nuestra voluntad. Esa que nosotros llamamos «Espíritu Santo». Pero la cura de humildad siempre es sana. Nos hace más cuerdos, nos hace crecer por dentro y nos hace un poco más como el Maestro.