El poder de una caricia

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(University of Leicester/Archaeological Service)

XISKYA VALLADARES / The Objective

23.09.2014 – ¿Quién les diría que estarían de la mano más de 700 años? Ya quisieran muchas parejas y amistades durar juntos al menos toda la vida. No sabemos nada más de este par, se encontraron sus esqueletos cogidos de la mano cerca de la capilla de Saint Morell, en Hallaton (Leicestershire, Inglaterra), un posible lugar de peregrinación durante el siglo XIV, junto a otras nueve osamentas. Durante las excavaciones también se encontraron paredes y suelos de mosaico de la capilla, cuya primera mención aparece en un testamento de 1532.

Tomamos de la mano únicamente a personas con las que afectivamente nos sentimos muy cercanos, cómodos y en confianza. Es un gesto muy frecuente entre quienes se quieren que, al realizarlo con sinceridad, tiene mucho poder y significado. Un estudio publicado en la revista científica Psychological Science dice que tomarse de la mano o ver la fotografía de un ser querido reduce el dolor físico. Pensemos, por ejemplo, cuando tenemos a un enfermo con dolor o una mujer va a dar a luz, es frecuente en situaciones así que un ser querido le toma de la mano; o incluso, cuando el dolor no es físico sino emocional, el abrazo o el tomar la mano también produce alivio entre otras cosas. Es una forma de expresar apoyo, cercanía, compañía, intimidad. Todo ello crea en nuestro organismo endorfinas (hormonas de la felicidad) y/o oxitocinas (hormonas del amor) que, según algunos estudios, reducen considerablemente el dolor al asociarse con la aparición de la confianza mutua o la vinculación emocional. A su vez reducen la producción de cortisol, la hormona del estrés. Estas sensaciones táctiles viajan directamente al sistema límbico y cuando falta la estimulación táctil afectiva, el desarrollo del cerebro se resiente.

El tacto es quizás el menos valorado de los sentidos, y a la vez el primero que despierta cuando nacemos y el último que perdemos al morir. Lo cierto es que las caricias hablan, y que muchas veces son capaces de expresar nuestros sentimientos mejor que las palabras. Pero, aunque nuestras generaciones más jóvenes viven con excesiva naturalidad este tema, otras generaciones mayores hemos sido educados más en el polo opuesto. En seguida vemos inadecuado cualquier gesto cariñoso que sea notorio. Probablemente lo sano sea tener bien integrada nuestra afectividad. El ser humano no puede vivir sin la caricia y la ternura. Estas son la forma de introducirse en el mundo personal del otro, es decir, de establecer una comunicación emocional más profunda, imposible solo con la vista y el oído.

Nada como la caricia le puede decir al otro que le reconozco, que forma parte de mi mundo, y a su vez me introduce en el mundo del otro. Nada como la caricia le comunica al otro seguridad y confianza, protección y valoración, y como consecuencia autoestima. La caricia reconoce al otro en su irrepetibilidad. Ni el oírle ni el verle hace que nos impregnemos tanto del otro como el acariciarle. Quien acaricia a otro difícilmente podrá sentirse capaz de traicionarle. Por eso hasta los personajes públicos buscan ser tocados, al dar la mano a alguien, el otro dice: “Me ha tocado”, como impresionado porque ya no puede traicionarle. Fijémonos cómo todo el mundo siempre quiere tocar al papa, por ejemplo.

Necesitamos integrar bien en nuestra vida lo que es nuestra expresión emocional, de manera que la naturalidad y espontaneidad vayan acompañadas por nuestra autenticidad y sinceridad. La piel, además de barrera protectora, es un “órgano social” donde el tacto tiene un poder inestimable.

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