¿Para qué sirven las emociones incómodas?

La felicidad no se basa en anular las emociones incómodas, sino en saber aceptarlas y aprender a gestionarlas. Algunas nos ayudan a sobrevivir, otras nos hacen madurar.

13-05-2015 / Neupic – Esta mañana me he encontrado con una infografía de una lista de 40 emociones para trabajar en el aula con los niños. Al verla, he pensado que ojalá en mis tiempos de colegio me hubieran enseñado a gestionar las emociones, o al menos, a ponerles nombre… ¡Cuántas dudas y encrucijadas hubiera resuelto más rápido!

Con los años me he dado cuenta que esto es más importante, incluso, que otras asignaturas. Porque a fin de cuentas, puedo ser muy buena profesional, pero si no lo soy  a nivel emocional, lo más probable es que acabe culpando siempre de todos mis males a los demás o a las circunstancias. El valor añadido de una persona se lo da su capacidad para relacionarse con los demás y eso depende mucho de su gestión personal de lo que siente y vive. Encontrar trabajo, estar a gusto en él, durar con tu pareja, saber resolver los conflictos, tener amistades estables, etc. no nos lo proporcionan los títulos, sino la madurez emocional.

En este proceso nuestro problema suele radicar en las emociones incómodas. Mientras nos sentimos alegres, ilusionados, tiernos, admirados,  satisfechos, seguros, entusiasmados, pacíficos, decimos que la vida nos sonríe y todo va bien. Pero ¿qué hacer cuando nos sentimos tristes, con nostalgia, enfadados, frustrados, decepcionados, solos, confusos, tensos, orgullosos? No sabemos bien qué hacer con estas emociones incómodas. Sin embargo, estas tienen una función vital porque en muchos casos nos permiten sobrevivir y, si las sabemos gestionar bien, también nos ayudan a madurar o simplemente a valorar las emociones positivas.

No es lo mismo emoción que sentimiento. Una emoción es una función fisiológica que dispara una serie de respuestas en el organismo. Son la respuesta química y fisiológica frente a las circunstancias que nos tocan experimentar en la vida. Las glándulas suprarrenales liberan hormonas como la adrenalina o el cortisol, y de esta manera el cerebro produce una respuesta que, a su vez, después recoge y elabora. Y el sentimiento es lo que ocurre cuando el cerebro toma conciencia de los efectos de la emoción.

La tristeza, la ira y el miedo son emociones básicas que nos ayudan a sobrevivir. La rabia nos ayuda a adaptarnos y a proteger lo que es nuestro; la tristeza nos ayuda a reparar las pérdidas; y el miedo nos permite tomar conciencia de una situación amenazante y protegernos. Lo malo es que estas emociones nos paralicen y nos hagan tomar decisiones poco inteligentes o realizar acciones lamentables. Si, por ejemplo, al dolor se le suma la ira, este se convierte en sufrimiento que produce un proceso mental en el que interviene la memoria y la imaginación. Hace revivir una y otra vez lo ocurrido, pero llega un momento en que no se distingue lo pensado (imaginado) de lo real. Por eso se dice que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Aprender a cortar ese círculo es fundamental y para ello a veces  basta con afrontarlo.

Es muy importante comprender que una emoción incómoda nos carga de una sustancia que tenemos que descargar de alguna manera para no acumularla, para no ir muriendo día a día, de disgusto en disgusto. «La felicidad» [no es la ausencia de estas emociones, sino que] «está en aceptar los reveses a los que nos enfrentamos y descubrir qué tenemos que aprender de cada uno de ellos» (Antoine Robiez). 

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